Si miro hacia atrás,
las primeras lecturas que recuerdo son las prelecturas, es decir, la que me realizaban mis padres, especialmente
mi madre, antes de dormir. Todas las noches me leía un cuento: Caperucita Roja, La Cenicienta, La Bella y
la Bestia, etc.
Además, ver los dibujos
y las películas de Walt Disney, como Aladdín y La Sirenita, era una de mis rutinas preferidas (y a veces
lo sigo haciendo).
En el colegio sé que
leía muchos libros. Mi madre me cuenta muchas veces que yo siempre quería leer,
pero no escribir. Sin embargo, no recuerdo esas lecturas (y mis padres
tampoco), solo me viene un título a la cabeza: Memorias de una gallina.
Mi contacto con los
cómics llegó un día que estaba mala en el campo. Mi hermano me dio uno que él
tenía, Zipi y Zape, y desde ese día fuimos inseparables. Posteriormente,
continúe en contacto con los cómics por las W.I.T.C.H.
Otra de las lecturas
que recuerdo con mucho cariño es Kika
Superbruja. Me encantaba darle rienda suelta a la imaginación e intentar
hacer los trucos de magia que aparecían al final.
El cine ha influido
también en mi relación con la lectura, pues tras ver las películas de Harry Potter y la trilogía de Las Crónicas de Narnia, sentí la
necesidad de volver a revivir estas historias, pero de una manera diferente:
leyéndolas.
Con respecto a los
libros que nos mandan en el instituto, me ha encantado el que nos hemos leído
en el primer trimestre: Donde surgen las
sombras, de David Lozano Garbala.
Además, este verano me
leí El día que el cielo se caiga, de
Megan Maxwell y me encantó.
Sin duda, las lecturas que más me atrapan son aquellas en las que hay misterio y amor.
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