Cuéntame un cuento (a lo que años más tarde le
añadiría y verás que contento) ese libro azul que escondía mil y una historia y
que mi padre me leía antes de dormir. Además, el libro venía con un cassette
para escuchar los cuentos. Puedo afirmar que este fue mi inicio en la lectura
aunque más que lectora era oyente.
En
esa época siempre soñaba con perder un zapato o con coser en una rueca (mi
madre tenía en casa una máquina de coser a la que me gustaba darle al pedal).
Pero mi mejor amigo fue Jack O’lantern,
esa historia de una calabaza que pasó de espantapájaros a una de las fiestas
más populares entre los anglosajones. Todas estas películas son las que veía
los domingos mientras mi madre me secaba el pelo o merendaba.
Cuando
aprendí a leer, El ogro de Cornualles
escribía en el Cuaderno de hojas blancas
que teníamos en la escuela. El largo verano me llevo a conocer a Eugenia
Mestre, probablemente, el libro que más recuerde de toda mi infancia. Pero Geny
también me acompaño en Navidad ya que regreso al pueblo con Goyo para visitar a
su abuela.
Fui
creciendo, y cambié a Geny por Dana, la Archimaga de la torre que venció al
Maestro. Esa fue mi primera clase de magia pero no la última. Libba Bray
consiguió que Gema Doyle y sus amigas fueran mis compañeras durante largas
horas en la Academia Spencer. Todo este tipo de libros y Embrujadas me llevó al mundo de El
Señor de los Anillos (los libros y mi
hermana jaja), en esta ocasión, opté por las películas que sin duda me
encantaron.
Un
día, llegó a mis manos un libro en el que, a pesar del título Antes de morirme, esperé que la protagonista
al final consiguiera superar la leucemia. A raíz de esta historia, mi visión
sobre la vida cambió un poco y comencé a entender el Carpe diem del que se ha hablado durante siglos.
Después
de este breve recorrido, puedo decir que la lectura ha sido y es «mi compañera del alma, compañera».
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