Ella recordaba con los ojos lacrimosos los clásicos cuentos de los hermanos Grimm que leyó durante su infancia. Érase una vez una joven y siete enanitos, una niña llevando comida a su abuela enferma, un príncipe besando a una princesa dormida, dos hermanos y una casa de chocolate o una calabaza y un reloj que marcaba las doce.
Leía, pero también visionaba películas. Rememoraba con gran ilusión esas tardes lluviosas con una bestia y tazas que hablaban, con un niño que buscaba a su madre en compañía de su amigo Amelio y con una dulce niña que vivía con su abuelo en los Alpes.
Con Las brujas como Sabrina y Embrujadas fue creciendo poco a poco y empezó a sumergirse en un mundo fantasioso lleno de magia, de lechuzas mensajeras, de cámaras secretas y de piedras filosofales. Sí, Harry Potter, que la acompañó varios domingos por la tarde con el bol de palomitas y bastantes noches con el flexo encendido. No obstante, no solo se decantó por este gran mago, sino que El señor de los anillos también formó parte de esta aventura.
Finalmente, ella contaba que sentimiento tenía hacia la literatura y señaló que esta le brindó un nuevo viaje que daría muchas vueltas. No se sabe cuánto duraría, si ochenta días o toda una vida, aunque en las palabras iniciales de los cuatro primeros párrafos está el modo con el que ella leía.
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